Desde el momento en que se nace, se tiende a imitar, de forma natural, a otros seres humanos. Se imitan gestos, expresiones, palabras, deseos y valores, y esta simple acción vuelve a los individuos tan parecidos que los lleva al borde del conflicto. Se empieza a desear lo que los demás tienen, a tal grado que todos quieren lo mismo, sin importar que solo puede ser obtenido por unos cuantos. Por ejemplo, solamente uno puede ser el jefe, el más rico del grupo, el más talentoso en cierta área, el más atractivo, etc. Entonces, se empieza a considerar al que tiene lo que uno quiere como el enemigo, incitando a acciones competitivas y problemáticas cuyo fin es obtener eso que se desea. Es cuando se presentan estas discrepancias que entra la autoridad. Esta regula y administra los problemas entre individuos con el objetivo de asegurar una convivencia armoniosa y ordenada. Si no se cumple lo que la autoridad dice, habrá consecuencias. La autoridad tiene la función de supervisar que los límites establecidos por la sociedad se cumplan para evitar situaciones que afecten y dañen a terceros.
Por otro lado, existen puntos de vista que difieren a este orden. Los anarquistas, según Savater (1992), insisten que cada quien debería de actuar de acuerdo con su propia conciencia, y por lo tanto, no reconocer ningún tipo de autoridad. Afirman que la existencia de la autoridad es la culpable de que exista la esclavitud, los abusos, la explotación y las guerras. El ideal anarquista es el siguiente: que cada uno haga lo que quiera hacer, obedeciendo solamente a la bondad del ser humano, la cual propicia la cooperación y el apoyo mutuo. Sin embargo, si a una persona se le antoja violar a la esposa de su vecino y robarle todas sus pertenencias, no habría un poder para regular tal acción, y es por eso que es tan necesario algún tipo de regulación, y por ende, una autoridad que la lleve a cabo.
En la actualidad, la autoridad se encuentra presente en todos los aspectos de la vida cotidiana. Por ejemplo, en el hogar, el mando lo tienen los padres de familia. En la escuela, los maestros y directivos. En la medicina, los especialistas. En el gobierno, los políticos. En la nación, el presidente. Y la lista sigue, pues en donde existe un grupo de personas, también está presente una serie de regulaciones vigiladas por una figura que juega el papel de la autoridad, pues si no, tanto las diferencias y similitudes de pensamiento llevarían al caos.
Estas figuras adquieren su importancia porque tienen acceso a información y al poder, por lo que tiene mucho sentido estar de acuerdo con los deseos de autoridades formalmente constituidas (Cialdini, 2001). Entonces, las personas empiezan a obedecer de forma casi inconsciente, pues la mayoría de las veces, lo que se decide por este grupo distintivo es lo que le conviene a la mayor parte de las personas. Lo peligroso es que, es muy poco probable que se cuestionen estas decisiones, pues se tiene fe ciega en que la autoridad sabe exactamente qué es lo que está haciendo. Por ejemplo, es muy probable que si un policía toca la puerta de tu casa y te pide que si puede entrar a inspeccionar, digas que sí por el simple hecho de que es una autoridad, y por lo tanto, debe de haber una razón detrás de su petición.
Distintos psicólogos se dieron a la tarea de explicar este fenómeno. Stanley Milgram condujo un experimento cuyo propósito, supuestamente, era estudiar los efectos del castigo en el aprendizaje. Milgram, tras poner un anuncio en el periódico, le explicó a 40 sujetos por separado que su trabajo era enseñarle a un estudiante, que se encontraba en el cuarto adyacente, que memorizara una lista de pares de palabras, y que cada vez que el alumno cometiera un error, este debía castigarlo dándole electroshocks pulsando una palanca en una máquina. Había 30 niveles de shock, variando desde el menor, de 15 volts, hasta el máximo de 450 volts. Lo interesante del experimento fue que el alumno en realidad era un actor, y que la persona siendo investigada era el sujeto que iba a decidir si aplicar o no las descargas.
Los experimentadores esperaban que no más del 3% no dejaría de hacer las descargas, pues creían que si lo hacían tendrían que estar marcados por tendencias psicóticas. Para su sorpresa, más del 60% de los sujetos obedecieron las órdenes del experimentador y continuaban dándole al alumno electroshocks, a pesar de que este gritaba que se detuviera. Casi todos los participantes mostraron signos de tensión, incluso hubo 3 de ellos que tuvieron ataques largos e incontrolables. A pesar de mostrar indicios de incomodidad, los 40 sujetos obedecieron hasta los 300 voltios y 20 de los 40 siguieron dando descargas hasta el máximo nivel (Milgram, 1963).
Este experimento demostró que muchas personas están dispuestas a obedecer órdenes que discrepan con sus principios morales y a cometer actos que ellos, por su propia iniciativa, nunca harían. Sin embargo, cuando existe una autoridad que se considera que tiene credibilidad, se le pasa la responsabilidad a esta y se le permite definir qué es lo que es correcto e incorrecto, sin importar las consecuencias.
Casi una década después, Philip Zimbardo (1973), construyó una prisión simulada en el departamento de psicología de Stanford con el fin de entender si la brutalidad reportada sobre los guardias de prisiones estadounidenses se debía a personalidades sadistas de estos o si estaba más relacionado con el ambiente de la prisión. Zimbardo, igual que Milgram, puso un anuncio en el periódico, y posteriormente, recibió más de 70 solicitudes. A cada uno de estos sujetos se les realizó una prueba de personalidad para eliminar a los candidatos que presentaron problemas sicológicos, algún tipo de discapacidad y/o historial de crimen y droga. El experimento se llevó a cabo con 24 estudiantes, todos hombres, que serían remunerados con $15 dólares diarios por participar en el experimento.
Los participantes fueron asignados, al azar, el rol de prisionero y guardia. Los guardias trabajaban en grupos de 3 en jornadas de ocho horas. Los prisioneros fueron distribuidos tres por celda. El simulacro fue tan real que incluso se implementó un cuarto de confinamiento solitario. El experimento inició cuando los prisioneros fueron arrestados en sus hogares sin previo aviso, para después ser llevados a la estación. Al llegar, fueron desnudados, se les privó de todas sus pertenencias y se les asignaron uniformes con un número impreso. También tenían una gorra de nylon apretada para cubrir su cabello y una cadena alrededor de un tobillo. Por otro lado, los guardias estaban vestidos en uniformes idénticos, y portaban un silbato y un garrote. También usaban lentes de sol, para que el contacto visual con los prisioneros fuera imposible. Los guardias fueron instruidos de hacer lo que creyeran necesario para mantener el orden en la prisión, sin embargo, se prohibió la violencia física.
Al pasar unas cuantas horas, los guardias comenzaron a agredir a los prisioneros. De un segundo para otro, adquirieron un comportamiento brutal. Se burlaban constantemente de los prisioneros y los obligaban a llevar a cabo tareas sin sentido. A su vez, los prisioneros también empezaron a adquirir comportamientos específicos. Hablaban todo el tiempo sobre cuestiones relacionadas a la prisión y comenzaron a tomarse las reglas de la prisión muy en serio, como si estuvieran ahí para su beneficio y el romperlas desataría un caos. Incluso hubo algunos prisioneros que se aliaron con algunos guardias contra los que no obedecían las órdenes de estos. Los prisioneros se volvían cada vez más dependientes y sumisos, provocando que los guardias los trataran de forma aún más agresiva.
Al segundo día, los prisioneros se revolucionaron y hicieron una barricada dentro de las celdas, usando sus colchones para prohibir el paso de los guardias. El castigo fue severo: los guardias, usando un extinguidor, destruyeron la barrera y después obligaron a los prisioneros a desnudarse. Los líderes de la revuelta fueron colocados en solitario. Este suceso volvió a los guardias aún más violentos, a tal punto que el prisionero #8612 tuvo que ser liberado al ver que comenzaba a presentar indicios de una depresión severa. Los comportamientos de los guardias y el efecto que tenía en los prisioneros fue tan grave que el experimento se detuvo al sexto día (Konnikova, 2015).
Este experimento demostró que las personas se adaptan rápidamente a los roles sociales que se espera que cumplan, especialmente si son roles previamente estereotipados, como en el caso de los guardias. Es importante mencionar que el ambiente de la prisión fue un gran factor en el desarrollo del comportamiento sadista de los guardias. Por otro lado, los prisioneros cada vez se volvían más sumisos por el hecho de que no importa qué hicieran, los guardias iban a tener la decisión final, por lo que dejaron de responder y empezaron a estar de acuerdo con todo lo que ellos decían.
Los resultados de ambos experimentos son increíbles. Sin embargo, es importante aclarar que los seres humanos no son incapaces de pensar y solamente realizan acciones porque se les dice. Al contrario, para que una autoridad sea obedecida, la persona debe de aceptar que es legítima. La voluntad del individuo de seguir a una autoridad está directamente relacionada con el nivel de identificación que este siente y con la creencia que tiene de que la autoridad está en lo correcto. Por ejemplo, a través de la historia se han justificado las acciones de los líderes Nazis con la premisa de que solamente estaban siguiendo órdenes, como fue el caso de Adolf Eichmann, quien coordinó las deportaciones de los judíos de Alemania y de otras partes de Europa a los campos de exterminación y planeó la deportación detalladamente. En su juicio, en 1961, expresó que no entendía por qué era tan odiado por los judíos, si él solamente estaba obedeciendo órdenes. En su diario escribió que las órdenes, para él, eran lo más importante, y que debía de seguirlas sin cuestionarlas. Este estratega fue declarado sano por 6 psiquiatras, no había ningún tipo de indicio de que su personalidad fue lo que lo llevó a cometer tales atrocidades, lo que ha llevado a investigadores a pensar que su comportamiento fue el producto de las circunstancias sociales en las que se encontró (USHMM).
Sin embargo, es claro que estos soldados estaban conscientes de lo que estaban haciendo, y que se enorgullecían de su trabajo. Es importante destacar que en esa época las órdenes eran bastante ambiguas, entonces, quienes querían alimentar a la causa Nazi debían de ser creativos y trabajar para cumplir las metas del régimen. En el caso de Eichmann, las decisiones que tomó fueron elaboradas por él mismo, y las llevó a cabo porque estaba determinado a consolidar la causa de su partido a toda costa (Haslam, 2012).
El experimento de Stanford también ha sido criticado por la posición que Zimbardo tomó en el proceso. Fue él quien le dio a los guardias la perspectiva general de cómo debían comportarse con los prisioneros al decirles que debían de hacerlos sentir como si sus vidas fueran totalmente controladas por el sistema y que debían hacerlos creer que su individualidad ya no les pertenecía. Algunos de los guardias, al recibir esta información, simplemente utilizaron su imaginación y dejaron fluir su creatividad, lo que fue un gran factor en los resultados obtenidos.
En cuanto al experimento de Milgram, no se trata de interpretar los resultados desde el punto de vista de que las personas responden de forma ciega a las órdenes, sino más bien, desde el análisis de que las personas actúan en relación a lo que creen que es lo correcto. Cuando el experimentador justificó sus acciones en términos del beneficio científico del estudio, los sujetos obedecieron. Sin embargo, cuando el experimentador les dijo que no tenían opción, los participantes se negaron a continuar. Entonces, la influencia que puede llegar a tener la autoridad depende del compromiso de los participantes, y no se trata solamente de acciones que se realizan de forma robótica y automática.
Esta premisa se ve apoyada por el sonado caso de la masacre de Jonestown. En Guyana, en 1978, 912 personas se tomaron un ponche de cianuro, y los que se negaron, fueron asesinados, al seguir las órdenes de Jim Jones, el líder del Templo de Pueblo. El Templo del Pueblo fue un grupo religioso que se fundó en los años 50 por Jim Jones, con el objetivo de constituir el ideal socialista que en esos tiempos era perseguido, en una comunidad donde no existiera ningún tipo de frontera de raza o nacionalidad. Con su capacidad de persuasión y sugestión, los convencía de que él era un "salvador", quien había venido a la Tierra para luchar contra el racismo, la diferencia de clases y el holocausto nuclear (Piqué, 1998). Tras escándalos e investigaciones por parte de las autoridades, en 1974, Jones tuvo la idea de crear una comunidad utópica en Guyana, donde estaría fuera del alcance de quienes quisieran deshacer el grupo y serían libres de construir un paraíso aislado del resto del mundo donde subsistirían de la agricultura.
Sin embargo, con el paso del tiempo, Jonestown se convirtió en una pesadilla de tortura y sufrimiento. Los miembros eran obligados a trabajar jornadas largas, con poco alimento, y eran constantemente humillados. La única forma de sobrevivir era mantenerse en silencio y siempre ser obediente, sino, las consecuencias serían graves. Estaba prohibido estar en desacuerdo con sus ideales; si alguien alzaba la voz ante las atrocidades que cometía, Jones los llevaba a la unidad médica y les inducía un coma, otros eran envueltos con una víbora pitón, los niños que hacían berrinche eran puestos en el fondo de un pozo en la noche, y eran colocados en una caja debajo de la tierra por días enteros (Zimbardo, 2013).
La situación empeoró cuando Leo Ryan, un congresista, viajó a Guyana con el fin de investigar las prácticas de este grupo, pues se rumoraban tragedias por todo Estados Unidos. La visita iba bien hasta que unos miembros le pidieron si podían irse con él, lo que desató el enojo de otros integrantes, que posteriormente asesinaron a Ryan y a sus acompañantes. Jim Jones, intentando huir del crimen que había cometido y proteger a sus súbditos, convenció a la comunidad de que era el tiempo de terminar con todo e ir al paraíso. Entonces, sucedió la increíble escena del suicidio masivo, con los seguidores más fieles haciendo fila para tomar el cóctel de cianuro y jugo de fruta que "El Padre" iba entregando desde su altar en medio de la selva (Piqué, 1998). Todos murieron, incluido Jones, y quienes no estuvieron de acuerdo con el método fueron asesinados a balazos.
Las personas, al llegar a Guyana, no tenían ningún medio de comunicación con el mundo exterior, y es importante aclarar que escapar no era una opción, pues eran constantemente vigilados. Estaban aislados en medio de la nada, lo que los volvió vulnerables ante los mensajes de Jones. Lo que sucedió fue que las personas empezaron a perder su propia identidad y todo lo que hacían era debido al miedo que sentían. Al verse en una situación en donde no se sabía qué hacer, las personas dependieron de las acciones de los demás y del conocimiento de la autoridad en el momento que decidieron tomarse el vaso con cianuro, lo que ocasionó uno de los suicidios masivos más grandes de la historia.
Como vimos anteriormente, la apariencia de una autoridad, por más ilegítima que puede llegar a ser, es un gran influencia en las acciones de grupos de individuos. Por ejemplo, se le da más importancia a una persona cuando tiene un título rimbombante, pues se sabe que para obtener un título, uno tuvo que haber pasado por años de estudio y esfuerzo. Sin embargo, si alguien dice tener un título (sin que sea verdad), probablemente va a ser tratado de la misma manera, y no se le es cuestionado de sus conocimientos en absoluto. El mismo efecto se puede ver presente a través del uso de elementos como la vestimenta. Por ejemplo, hay un estudio que encontró que el utilizar el uniforme de un bombero aumentó la capacidad de la persona de persuadir a un transeúnte de darle cambio a otra persona para que esta pudiera pagar el parquímetro. Por otro lado, al utilizar este elemento a su favor, estafadores han sido capaces de realizar hazañas únicas al adoptar la vestimenta de autoridades, como doctores, sacerdotes, militares y policías. Incluso las personas que portan vestimenta fina, son tratados diferentes, porque reflejan una apariencia de poder y sabiduría (Cialdini, 2001).
Entonces, qué se puede hacer ante fuerzas que influyen nuestros niveles de obediencia de manera casi inconsciente? Primeramente, como propone la “American Psychological Association”, debemos cuestionar qué tan legítima es la autoridad. Uno no se debe permitir realizar acciones con las que uno no está cómodo, porque sino, poco a poco, uno se encontrará atrapado obedeciendo órdenes cada vez más destructivas, lo que lo hace aún más difícil confrontar a la autoridad y aceptar que lo que uno hizo fue incorrecto.
Robert Cialdini (2001) propone dos soluciones alternativas: hacerse dos preguntas. La primera es: ¿acaso esta autoridad es verdaderamente es un experto? Al cuestionarnos esto, las credenciales de la autoridad se vuelven relevantes, y ahora se es capaz de orientar la decisión en base a la evidencia que se obtuvo sobre el estatus de esta. La segunda pregunta es: ¿qué tan honesto es el experto? En muchos de los casos, hasta las autoridades más informadas no presentan la información de forma honesta, y sin embargo, continúan proporcionando un nivel de confianza impresionante. Este análisis nos permitirá identificar de forma más sencilla si lo que la autoridad propone nos beneficiará o si simplemente es otro mecanismo de manipulación.
Los sistemas establecidos como autoridad surgieron de la necesidad de poner límites dentro de la sociedad. Sin embargo, esta idea ha mantenido un estatus utópico, en el que existen abusos de poder que se alimentan de la confianza que tienen los individuos en figuras distintivas que generan sabiduría, y en mucho de los casos, miedo. Las personas, antes de actuar, deben cuestionar cuáles son las razones por las que van a tomar una decisión, y en vez de dejarse guiar por lo que los expertos del tema proponen, deben de hacer un análisis crítico que los beneficie y no los lleve a formar parte de prácticas manipuladoras. Es importante destacar que en muchos de los casos, las personas actúan principalmente por el miedo a mantenerse vivos o por el miedo a las consecuencias de rechazar ciertas órdenes, como sucedió con los miembros de la comunidad de Jonestown.
Desafortunadamente, la mayor parte de los individuos pertenecen a una sociedad en la cual el concepto de bien y mal está tergiversado. Las personas no son capaces de distinguir hasta qué límites se debe de llegar, ya sea por falta de información y conocimiento, o por el nivel de compromiso que se tiene con alguna causa o idea. Esto lleva a la conclusión de que la autoridad, en la actualidad, se ha vuelto un concepto subjetivo en el cual los límites se definen en base a las creencias y necesidades, tanto la de la figura que la ejerce, como la de quien la sigue. Como dijo Platón, cuando una multitud ejerce la autoridad, es más cruel aún que los tiranos.
Referencias
Cialdini, R.B. (2001). Influence: Science and practice (4th ed.). Boston: Allyn & Bacon.
Milgram, S. (1963). Behavioral study of obedience. Journal of Abnormal and Social Psychology, Vol. 67, pp. 371-78.Milgram, S. (1974). Obedience to authority: An experimental view. New York: Harper & Row.
Neighbors, J. Obey Your Father: Jim Jones’ Rhetoric of Deadly Persuasion. Alternative Considerations of Jonestown & Peoples Temple. Recuperado el 1 de julio de 2016 de: http://jonestown.sdsu.edu/?page_id=34307
Savater, F. (1992). Política para amador. Ariel: España.
Zimbardo, P. (2003). On the transformation of Jim Jones: From God’s minister to the Angel of Death. Alternative Considerations of Jonestown & Peoples Temple. Recuperado el 1 de julio de 2016 de: http://jonestown.sdsu.edu/?page_id=33244